Relato

No sabia a ciencia cierta, por que caminaba, ese sendero tan transitado. A lo mejor estaba buscando alguna verdad, a lo mejor estaba buscando alguna emoción. Lo cierto es, que estaba ahogado ante tanto ruido, tanta maraña de gente, esa gente sin rostro, que no ofrecía nada. Esa gente innecesaria, que siempre había sobrado, que siempre lo habían asediado, que siempre lo habían sepultado poco a poco.
No entendía bien que hacia allí parado, como tantos otros, avanzando lentamente, despojado de personalidad, despojado de libertad. Simplemente caminando. A pasos lentos, repetidos, rutinarios, cansantes, incesantes.
Pero caminaba, caminaba sin freno, a una velocidad deambulante. Como un fantasma, mirando solo sus pies, que parecian flotar a centimetros del suelo, llevandolo mientras soportaba la furia del sol, que, como con cierta hostilidad, encandilaba con su fulgor.
Caminó, sin remordimiento, hasta que el olor cambió, el aire se hizo mas pesado, y una sombra oscureció la luminosidad que reinaba.
Y cuando alzó la mirada, se vio pasar bajo un arco, deslizandose con el mismo monotono paso de antes, hasta darse cuenta de que allí, terminaba ese sendero, embotellando a todas esas gentes. El calor agobiaba, el hedor era perverso. Algo fuera de lo común sucedía.
Observó sorprendido, atentamente, como expectantes, todos tenían la mirada fija sobre un escalón, él también miró, y se contagió de la espectativa.
Sucedió, según parece, lo que todas esas gentes esperaban, algo explotó, algo se quebró.
Algo rompió la monotonía de esas caras, y suspendió en el aire una nota, que apago el murmullo, y extinguió el ruido agobiante que hasta entonces lo había rodeado.
Esa gente formó una marea uniforme, que oscilaba hacia todos lados, y lo arrastraba, pero el no pertenecía a esa marea, a esa argamasa que se había formado el era totalmente ausente, no la reconocía, no podía absorverse, no podía y tampoco era su intención.
Entendió, por fin, entre la marea, que el estaba solo. Un cuerpo pegado a otro, sudores entremezclados, y sin embargo, se sentía solo, estaba solo.
Solo y libre, sin nada que lo atase, sin ningún peso agobiante, sin marañas de gentes, sin alientos sofocantes.
Estaba solo y era libre.
Y en su libertad entendió por qué estaba ahí.


"¡¿Lo sienten como como yo lo siento?!"